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Öcalan: «Las guerras nunca son la elección del pueblo»

Del libro “Beyond State, Power and Violence” (Más allá del Estado, el Poder y la Violencia), por Abdullah Öcalan. https://ocalanbooks.com/#/book/beyond-state-power-violence , En italiano titolato “Oltre lo Stato, il Potere e la Violenza” http://www.puntorosso.it/libri-di-ocalan.html

(Extracto traducido y editado por Rojava Azadi Madrid, El libro aún no está disponible en castellano)

“En los sistemas sociales jerárquicos y estatistas, el fenómeno político más importante es el conflicto entre el elemento democrático y la camarilla del poder y la guerra. Existe una lucha constante entre los elementos democráticos basados en la comunalidad —el modo de existencia de la sociedad— y las camarillas del poder y la guerra que se disfrazan de jerarquía y Estado. A este respecto, no es la lucha de clases en sentido estricto el motor de la historia. El motor real es la lucha entre el modo de existencia del demos (el pueblo), que incluye la lucha de clases, y la camarilla guerrera en el poder, que se nutre de atacar este modo de vida. Las sociedades existen esencialmente sobre la base de una de estas dos fuerzas. Qué mentalidad domina, quién llega a poseer la autoridad, cómo son el sistema social y los medios económicos: todo esto depende del resultado de la lucha entre estos dos poderes. Dependiendo del nivel de lucha, a lo largo de la historia se han producido tres resultados, a menudo entrelazados.

El primero es la victoria total de la camarilla guerrera gobernante. Se trata de un sistema de esclavitud total impuesto por los conquistadores, que presentan sus gloriosas victorias militares como los acontecimientos históricos más importantes. Todo y todos deben estar a su disposición; su palabra es la ley. No hay lugar para la objeción ni la oposición. Ni siquiera se permite pensar en desviarse del plan predeterminado por el gobernante. ¡Hay que pensar, trabajar y morir exactamente como se ordena! Lo que se busca es la cúspide del orden dominante sin alternativas: los imperios, el fascismo y todo tipo de prácticas totalitarias entran en esta categoría, y las monarquías suelen esforzarse por lograr ese sistema. Este es uno de los sistemas más comunes de la historia.

El segundo resultado posible es exactamente lo contrario: el sistema de vida libre de la sociedad —clanes, tribus y grupos aşiret con idiomas y culturas similares— contra la oligarquía del poder guerrero velado como jerarquía y Estado. Esta es la forma de vida de los pueblos invictos y resistentes. Todo tipo de grupos étnicos, religiosos y filosóficos no afiliados a la oligarquía que resisten los ataques en los desiertos, las montañas y los bosques representan esencialmente esta forma de vida social. La fuerza más importante de la lucha de resistencia por la libertad social y la igualdad fue la forma de vida de los grupos étnicos, basada en la inteligencia emocional y mucho trabajo físico, y la de los grupos religiosos y filosóficos, basada en la inteligencia analítica. El flujo libertario de la historia es el resultado de este modo de vida basado en la resistencia. Conceptos importantes, como el pensamiento creativo, el honor, la justicia, el humanismo, la moralidad, la belleza y el amor, están muy relacionados con este estilo de vida.

La tercera posibilidad es «paz y estabilidad». En esta situación, existe un equilibrio entre las dos fuerzas en varios niveles. Las guerras, los conflictos y las tensiones constantes suponen una amenaza para la supervivencia de la sociedad. Ambas partes podrían llegar a la conclusión de que no les conviene estar en peligro constante o siempre en guerra y podrían llegar a un compromiso sobre un «pacto por la paz y la estabilidad» a través de diversas formas de consenso. Aunque el resultado podría no corresponder del todo a los objetivos de ninguna de las partes, las condiciones hacen que el compromiso y la alianza sean inevitables. La situación se gestiona así hasta que surge una nueva guerra. En esencia, el orden caracterizado como «paz y estabilidad» es en realidad un estado de guerra parcial, en el que están presentes tanto el poder de la guerra y el poder gobernante como el poder invicto y la resistencia del pueblo. Es más preciso llamar a este estado de equilibrio en el dilema guerra-paz una guerra parcial.

Una cuarta eventualidad, en la que no hay problema de guerra y paz, surgiría si desaparecieran las condiciones que llevaron a la aparición de ambas partes. Una paz permanente solo es posible en sociedades que nunca han experimentado estas condiciones o en las que se ha trascendido el orden social natural comunal primordial y el orden de guerra y paz. En tales sociedades, no hay lugar para los conceptos de «guerra» y «paz». En un sistema en el que no hay ni guerra ni paz, estos conceptos ni siquiera pueden imaginarse.

Durante los períodos históricos en los que prevalecen los sistemas sociales jerárquicos y estatistas, las tres situaciones coexisten de manera desequilibrada, sin que ninguna de ellas pueda funcionar por sí sola como sistema histórico. En esa situación, ni siquiera existiría la historia como tal. Tenemos que entender que el «gobierno absoluto» y la «libertad e igualdad absolutas» deben considerarse dos extremos que, en realidad, son abstracciones conceptuales idealizadas. En el caso del equilibrio social, al igual que en el equilibrio natural, ninguno de los dos extremos puede prevalecer por completo. En realidad, solo podemos hablar de lo «absoluto» como un concepto con dimensiones espaciales y temporales muy limitadas. De lo contrario, el orden universal no puede sobrevivir. Imaginemos que no existiera la simetría ni el equilibrio. La preponderancia de una tendencia habría llevado sin duda al fin del universo. Pero aún no hemos visto este tipo de finitud, por lo que podemos concluir que lo absoluto solo existe en nuestra imaginación, no en el mundo de los fenómenos reales. El lenguaje y la lógica del sistema universal, incluido el de la sociedad, es uno de dualismos dialécticos casi equilibrados que se enriquecen o empobrecen en un flujo constante. La validez y la complejidad del sistema social que prevalece en una amplia variedad de comunidades es el estado de guerra y paz parcial conocido como «paz y estabilidad». El pueblo se encuentra en una constante batalla ideológica y práctica con las fuerzas de la guerra y el poder para inclinar la situación a su favor y mejorar sus condiciones sociales, económicas, legales y artísticas, así como su mentalidad. La guerra es el estado más crítico y violento de este proceso. La fuerza esencial detrás de la guerra es la fuerza de este poder guerrero dominante, y su razón de ser es apoderarse de la acumulación del pueblo de la manera más fácil posible. El pueblo y las clases oprimidas se ven obligados a responder con una guerra de resistencia para defender su existencia contra este saqueo insistente y para sobrevivir. Las guerras nunca son una elección del pueblo; sin embargo, son imprescindibles para defender su existencia, su dignidad y su sistema de vida libre.

Es interesante e instructivo observar la democracia en los sistemas históricos desde esta perspectiva. Hasta el día de hoy, las concepciones históricas dominantes se corresponden básicamente con el paradigma del grupo guerrero gobernante.

Las expediciones de masacre para obtener botín y saqueo podían calificarse fácilmente como «guerras santas», desarrollando así la idea de un «Dios que ordena la guerra». Las narrativas

presentaban las guerras como acontecimientos extraordinariamente espléndidos. Incluso hoy en día, la opinión dominante es que la guerra es una situación en la que el ganador se lo lleva todo, que lo que se obtiene mediante la guerra se ha ganado. La comprensión de los derechos y los marcos jurídicos basados en la guerra es el modo de existencia dominante de los Estados. Todo ello estableció la noción común de que cuanto más se libra la guerra, más derechos se tienen. «Quienes quieran sus derechos tendrán que luchar por ellos». Esta mentalidad es la esencia de la «filosofía de la guerra».

No obstante, es alabada por la mayoría de las religiones, filosofías y formas artísticas. Esto llega hasta el punto de que la acción de un puñado de usurpadores se describe como la acción más «sagrada». El heroísmo y la sacralidad se han convertido en el título de este acto de usurpación. Honrada de esta manera, la guerra se convirtió en la forma de pensar dominante y se ganó la reputación de ser el instrumento para resolver todos los problemas sociales. Una moralidad que presentaba la guerra como la única solución aceptable, incluso si existían otras vías posibles, ató a la sociedad. El resultado fue que la violencia se convirtió en la herramienta más sagrada para resolver problemas. Mientras continúe esta interpretación de la historia, será difícil analizar los fenómenos sociales de forma realista para encontrar soluciones a los problemas que no sean la guerra. El hecho de que incluso los representantes de las ideologías más pacíficas hayan recurrido a la guerra demuestra la fuerza de esta mentalidad. El hecho de que incluso las principales religiones y los movimientos contemporáneos de liberación de clase y nacional, que han luchado por la paz permanente, hayan combatido al estilo de las camarillas guerreras en el poder es una prueba más de ello. La forma más eficaz de imponer restricciones a la mentalidad guerrera del poder es que el pueblo adopte una postura democrática. Esta postura no es una situación de «ojo por ojo, diente por diente». Aunque una posición democrática incluye un sistema de defensa que abarca la violencia, esencialmente se trata de adquirir una cultura de libre autoconformación luchando contra la mentalidad dominante. Estamos hablando de un enfoque que va mucho más allá de las guerras de resistencia y defensa; se centra en la comprensión de una vida que no está centrada en el Estado y la pone en práctica. Esperar que el Estado se encargue de todo es como ser un pez atrapado en el anzuelo de la camarilla guerrera del poder dominante. Puede que te ofrezcan un cebo, pero solo para poder cazarte. El primer paso hacia la democracia es concienciar a la gente sobre la naturaleza del Estado. Otros pasos adicionales incluyen una amplia organización democrática y la acción civil.”

La construcción ideológica de la realidad social en Oriente Medio

Extracto de: Manifiesto por una Civilización Democrática, Tomo IV: La Civilización Democrática, Una Solución a la Crisis de Civilización en Oriente Medio, por Abdullah Öcalan.

Entre los años 2008 y 2011, desde su celda en la prisión de alta seguridad en la isla de Imrali (Turquía), Abdullah Öcalan escribió Manifiesto por una Civilización Democrática, conocido popularmente como “Defensas”, ya que fue enviado al Tribunal de Apelación del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, reclamando su derecho a un juicio justo. Esta obra, compuesta por cinco tomos, recoge el pensamiento del líder kurdo y presidente del Partido de los Trabajadores de Kurdistán.

Los tres primeros tomos han sido publicados en castellano por Descontrol Editorial3, y próximamente lo será el cuarto, del que ofreceremos algunos extractos en nuestra página en diferentes entradas.

“Las ideologías han jugado un papel importante en las civilizaciones de Oriente Medio. La civilización misma debe mucho a las creaciones mitológicas de los sacerdotes sumerios. El panteón de dioses que construyeron influyó a todas las religiones. Entrelazada con la civilización material, se construyó al mismo tiempo una civilización espiritual. El poder real y dinástico que se alzaba en la tierra convirtió en tarea principal de su ideología presentarse simbólicamente como dioses y glorificarse. El esplendor del rey en la tierra se proyectó hacia los cielos como imágenes divinas. Desde entonces, la filosofía, la ciencia, el arte y las religiones han buscado constantemente a estos dioses. Lo que pudieron encontrar fue, por un lado, el mundo real, y por otro, un mundo de fantasía en el que la realidad estaba distorsionada.

Para entender el mundo ideológico de Oriente Medio es importante fijarse en cómo la ideología mitológica se convierte en ideología religiosa, la religiosa en filosófica y, finalmente, en teorías científicas y, en consecuencia, saber qué solución a los problemas materiales proponen cada una. Los problemas de la vida económica y social ciertamente encuentran su contraparte en la ideología, ya sea real o distorsionada. Las instituciones gobernantes, estatales y dinásticas se construyen y presentan típicamente en forma de divinidades, también en el mundo de la ideología. Con un análisis ideológico que tenga en cuenta estos aspectos, será posible una conciencia más precisa sobre la sociedad. Todo el mundo de las religiones y los dioses de la Antigüedad y la Edad Media, lleva huellas de cómo se reflejaba y legitimaba el mundo de las dinastías, el poder, el Estado y los capitalistas. Y también los problemas y las disputas entre ellos se encuentran en esas huellas. Por mucho que necesitemos el ámbito ideológico para entender los problemas materiales, lo mismo ocurre a la inversa. Además de distinguir entre ambas esferas, es necesario buscar y ver siempre las conexiones entre ellas.

En los momentos en los que se conformaron las civilizaciones, las fuerzas que las construyeron eran plenamente conscientes del carácter imaginario de la ideología. Al presentar este mundo imaginario a sus esclavos como “verdades”, los domesticaron, refrenaron sus deseos, y estos esperaron encontrar consuelo en lo que llamaban “el otro mundo”. En consecuencia, un mundo ideológico extremadamente problemático se fue volviendo tradicional. El hecho de que la historia de la civilización se presente siempre a la sombra de religiones y dioses está ligado a esta realidad.

Hoy, los graves problemas sociales se siguen convirtiendo en problemas ideológicos. Quizás sea por la creencia de que así se pueden resolver más fácilmente. El resurgimiento de la ideología islámica refleja la creciente presencia de problemas sociales. El hecho de que las ideologías de la modernidad no sean una herramienta de solución se debe a su incapacidad para establecer un vínculo realista con los problemas sociales. El fracaso de las ideologías tanto tradicionales (religiosas) como modernas (liberalismo, nacionalismo, socialismo, etc.) está relacionado con su incapacidad para reflejar correctamente los problemas sociales. La solución reside en insistir en que lo verdadero y correcto se viva tanto en el discurso como en la acción, de manera progresiva y revolucionaria.”

La falacia de la economía política

Extracto de: Manifiesto por una Civilización Democrática, Tomo IV: La Civilización Democrática, Una Solución a la Crisis de Civilización en Oriente Medio, por Abdullah Öcalan.

«La economía política occidental se ocupa principalmente, en relación con la sociedad, de las distorsiones y profecías científicas producidas en otras disciplinas. Necesita estas falsificaciones y profecías. Se trata de una acumulación de capital diferente y más desarrollada y de tasas de beneficio más elevadas. La ciencia de la economía política intenta ocultar este hecho en lugar de explicarlo. Por esta razón, se puede considerar como una versión contemporánea de la narrativa mitológica.

El problema económico básicamente comienza con la exclusión de la mujer de la economía. La economía en sí misma tiene que ver con la nutrición. Sin embargo, según la economía política, incluido El Capital de Karl Marx, los beneficios, rendimientos, intereses y salarios constituyen el objeto fundamental de la economía. No es una ciencia, sino una disciplina acorde con los fines lucrativos de la burguesía. La vida económica organizada en base al beneficio se impone sobre la sociedad. Organizar la vida humana de acuerdo con el beneficio conduce al poder más brutal. El concepto de “biopoder” de Foucault expresa de alguna manera este hecho. A lo largo de la historia, todas las sociedades han sido escépticas ante las acumulaciones de bienes y dinero por encima de sus necesidades, y no han dudado en redistribuirlas a los necesitados tan pronto como han tenido la oportunidad. No en vano se vincula con “el mal”, a través del juicio moral de la sociedad, cuando la acumulación de dinero se lleva a cabo para enriquecer a algunos grupos e individuos, y no como un excedente que se reserva para utilizar en caso de desastres. Se consideraba la mayor inmoralidad hipotecar un valor que debía mantenerse sagrado, como la vida humana, en beneficio de los acumuladores. Es este fenómeno el que la Modernidad Capitalista de Occidente busca justificar a través de innumerables artículos legales y aparatos de poder. El Leviatán, que se menciona en la Biblia y simboliza a un monstruo que amenaza a la sociedad, apunta esencialmente a este fenómeno. El conjunto de fenómenos que no son económicos, y que, por el contrario, perjudican la economía, se presentan como ciencia bajo el nombre de Economía Política. El gran esfuerzo de Marx por racionalizar la economía política británica deriva en la antieconomía, no en economía. Llamarlo economía sería poco ético, no solo en una sociedad socialista, sino en cualquier sociedad. Marx, al tratar de poner la filosofía de Hegel sobre sus pies, la hizo caer boca abajo. En definitiva, las operaciones de acumulación de capital y beneficios que se realizan en el mercado sientan la base de problemas económicos sin precedentes en la historia.

Una vez más, debo señalar que no hay incoherencia en oponerse al mercado y tratarlo como una herramienta de fetichismo de la mercancía, ya que satisface las necesidades imperativas de nutrición, vestimenta, transporte y refugio para las personas. En este sentido, el mercado es una buena y necesaria herramienta económica. No es a esto a lo que uno debe oponerse. Por un lado, los mercados juegan con los precios y, por otro, se oponen al sistema de beneficios excesivos causado por el transporte de mercancías a través de largas distancias, es decir, al capitalismo. Ser anticapitalista es oponerse a este sistema, y por supuesto, a todo lo que lo mantiene vivo. La realidad del mercado está más allá de este ámbito. Por el contrario, los monopolios de capital impiden la formación de un intercambio sano y justo en los mercados al jugar constantemente con los precios y así mantener vivas las oportunidades de ganancias. En otras palabras, el capitalismo no solo es antieconomía sino también antimercado. De lo contrario, ¿la vida social se pondría patas arriba por la depresión constante y los juegos financieros? ¿cómo podríamos explicar que los problemas que amenazan a la humanidad, especialmente la sobrepoblación, el desempleo, el empobrecimiento y la destrucción del medio ambiente, hayan crecido tanto en este periodo a pesar de todos los avances en ciencia y tecnología?

Es comprensible que las mujeres desempeñen un papel central en la economía, porque crían y alimentan a la prole. Si una mujer no comprende la economía, ¿quién lo hará? Cuando las mujeres fueron excluidas de la historia de la civilización en general, y especialmente de la modernidad capitalista, la economía, con la que los hombres jugaron sin mesura, se convirtió en un cúmulo de problemas. Este juego, que no tiene nada que ver con la economía orgánicamente, solo se utiliza para controlar a todas las fuerzas económicas, especialmente a las mujeres, con una ambición de lucro y poder excesivos; después de todo, ha llegado a una etapa insostenible en la que el mismo juego se ha vuelto imposible de jugar. Ha llevado al crecimiento cancerígeno de todo tipo de jerarquías, poderes y fuerzas estatales en la sociedad.»

Destrucción de la Sociedad

Extracto de: Manifiesto por una Civilización Democrática, Tomo IV: La Civilización Democrática, Una Solución a la Crisis de Civilización en Oriente Medio, por Abdullah Öcalan.

«En la actualidad, el industrialismo y el capitalismo, pilares de la modernidad, muestran su verdadero potencial destructivo al disolver y destruir la agricultura tradicional y la sociedad rural. Mientras el pilar del Estado nación termina de convertir la región en una mazmorra y la ahoga en sangre y lágrimas, el industrialismo y el capitalismo se sirven de los métodos de saqueo más expoliadores del monopolio colaboracionista de las clases dominantes, dejando a un lado los valores sociales acumulados durante miles de años, descartándolos por no ser rentables, desechándolos y presentándolos como obsoletos. La desaparición de la sociedad rural agraria no es un simple problema económico. Tampoco es el problema que la economía industrial, más rentable, esté ganando importancia en lugar de la agricultura; sino el propio ser social. Es la destrucción de una cultura social de diez mil años de antigüedad. En el entorno actual de crisis estructural, la sociedad está siendo deliberadamente condenada al desempleo en muchos ámbitos, especialmente en el sector agrario, y la agricultura se está viendo afectada por la utilización de plantas modificadas genéticamente. Estas no solo destruyen las plantas naturales, sino que también arrasan con el medio ambiente generando a su vez un sinfín de enfermedades.

El capitalismo industrial es un monopolio que ataca a la sociedad al menos tanto como el monopolio del Estado nación. Su relevancia para la economía se malinterpreta y distorsiona deliberadamente. El industrialismo ha jugado un papel histórico en la hegemonía europea, pero su verdadero papel en las periferias del mundo es el establecimiento de esta hegemonía, incluso destruyendo las industrias locales bajo la pretensión de técnicas de producción más eficaces. No es económico, sino antieconómico. Las sociedades de Oriente Medio, que han permanecido ricas a lo largo de su historia, han experimentado sus periodos de mayor pobreza bajo los ataques de la modernidad en los dos últimos siglos. La desaparición de la agricultura y de la sociedad rural agraria no es una exigencia de eficiencia económica; se lleva a cabo para asegurar la dominación de clase en nombre de la burguesía. Es una cuestión de política y poder.

El industrialismo puede proporcionar el máximo beneficio a las metrópolis hegemónicas. Sin embargo, su precio es la desertización de las zonas rurales y el abandono de los pueblos. Por lo tanto, agrava la crisis social y económica. En la geografía y la vida económica de Oriente Medio, el industrialismo es una técnica de ataque ideológico y político que tiene consecuencias quizá más peligrosas que las guerras entre potencias. El cambio climático es el principal responsable de que se sequen los lagos, humedales y ríos, y si su destrucción continúa a este ritmo, dejará un mundo inhabitable. La amenaza que supone el industrialismo para la sociedad y la vida en Oriente Medio, construida con una acumulación cultural de quince mil años, es tan peligrosa como los genocidios experimentados a través de las guerras. Una vez más, debo afirmar que el industrialismo, contrariamente a la creencia popular, es la principal herramienta para atacar a la economía y a la sociedad. Es también el poder que destruye la verdadera industria. El desarrollo industrial, impulsado por la codicia del capitalismo por obtener el máximo beneficio, no conduce a los países a la prosperidad y la riqueza, sino a la destrucción y la pobreza. Más que a la crisis, conduce a la ruina.

La devastación causada por la industria de la amapola en Afganistán y por las industrias petroleras en el caso de Irak exponen esta verdad. No son solo los países los que se arruinan; es la sociedad y la cultura histórica.»